Mónica Cavazos
Difícilmente podré volver a la carretera sin pensar en ti. Veo a tu dinosaurio ávido por convertirse en dragón para fundir con su fuego las pezuñas que se aferraron a tu cuerpo.
Las ruedas de mi bicicleta giran. Me dirijo al lugar de los dioses. Quiero sacar de mi cuerpo el ruido y el humo de la ciudad. El asfalto se alarga. Mi vista se pierde en su horizonte. Las rayas pintadas en blanco forman la cola del cometa que guía mi camino. Me inclino al tomar las curvas. El pelo por afuera del casco aletea con el viento. Soy libre.
El sol se funde en la carretera. La ruta ondula nebulosa, se separa del suelo. La escarpa amenaza. Concentro mi fuerza en las piernas. La sangre se agolpa. Mi piel caliente suda. La sal se acumula en mi cuello. Siento la garganta seca. Quiero detenerme, descansar, beber, que mis latidos se atemperen. ¿Por qué sufro? ¿Qué fuerzas me obligan a levantarme al amanecer mientras las otras vidas duermen y aprovechan un día de asueto? Hoy lo descubriré: es el destino.
Mariana pedalea junto a mí. Si no me hubiera acompañado tal vez habría desertado. Ella es disciplinada. Un fin de semana tranquilo, cero desveladas, me hizo prometer. Yo trasnoché dos días seguidos. Le dije que no estuve bebiendo. Mentí. Mis poros transpiran cerveza. Estuve a nada de hacer como que no vi sus mensajes. Levántate, Ricardo, quedaste de pasar a las seis. Llegué a las siete: es el destino.
Debíamos venir en grupo. Los líderes organizan la ruta, invitan por Twitter y cada uno se presenta en el punto de encuentro. Llegamos tarde. Por tu culpa, reprochó Mariana. No pasa nada, dije, los alcanzamos. Ella escupió una risa burlona. Tiene razón. Ni siquiera lo intento. Con el alcohol que se pasea burbujeante por mis venas es imposible.
Voy adelante. A pesar de la resaca mis sentidos atienden el entorno. He aprendido a escuchar la prepotencia. La intensidad del zumbido de las llantas expone las intenciones de los choferes. Algunos reducen la velocidad al ver nuestras bicicletas que circulan en el borde. Otros empujan el acelerador como si jugaran a los bolos. Nos utilizan como blancos por su necesidad de adrenalina. Pasan muy cerca. Vuelan.
Dejamos atrás La Marquesa. Mariana se ve entera. Yo siento los labios partidos. Sueño despierto: en las manos de una niña está mi deseo. Una chela tantito antes de hacerse hielo refresca mi garganta. Ahhhhhh… casi escucho el resoplido que expulso. ¿Y si nos detenemos? No me atrevo a proponerlo. Acordamos parar antes de tomar la curva de La Pera, faltan treinta y cuatro kilómetros. En dos ocasiones me ha tocado reencontrarme allí con los monstruos en armadura que devoran la carretera. Viven tan a prisa que se estrellan de frente con ella, la Muerte, aunque ande distraída. Aguanto la sed: es el destino.
El sol del medio día golpea mis goggles. Pedaleo despacio. Quiero encontrar una sombra. Escucho la voz de Mariana: ya wey donde sea. Aguanta, hay que parar poco a poco. Si lo haces de golpe es más difícil montarse de nuevo.
Me freno de súbito. ¡Qué traes, loco!, casi me embarro. Enmudezco. Olvido la sed y el cansancio. La fotografía de tu cuerpo quieto a un lado de la ruta se clava en mi mente. Puños golpean en mi estómago. Retumba mi pecho. Quiero cerrar los ojos. Soñar boca abajo en mi cama. Que me cuentes si el cielo te prestó su almohada. Recoger las estrellas enredadas en tu pelo. Que tu boca ría y el sonido se desvanezca. Despertar con la certeza de que veré tu danza en la próxima fiesta y que de tus ojos nacerán las flores. Quiero aferrarme a la poesía y que desaparezcas de mi pesadilla.
Tengo miedo. Mariana dice: no la toques. La miro aterrado. Me abraza. Tomo su mano. Nos hincamos a tu lado. Te pregunto en silencio: ¿cómo te llamas? El girasol de tu brazo suplica.
Fijo la mirada en tu cara. Eres mi madre, mi hermana, mi maestra de segundo de primaria, la mujer que aminoró la velocidad al ver dos bicicletas rodando a su derecha, la periodista que se indignará mañana al transmitir la declaración de la fiscalía: broncoaspiración por intoxicación etílica, nada sugiere feminicidio. Eres Ingrid, Debhani, Nayeli, Lidia. Eres la niña que carga la cerveza. Eres Mariana. Todas.
Publico fotos de tus tatuajes: un corazón, la flor y el dinosaurio. Nos quedamos a tu lado, en silencio.
Ahora sé que te llamabas Ariadna y que mucha gente te estaba buscando. Que eras muy querida por tus amigos y tu familia.
Tu dinosaurio está triste, Ari. Llora a través de mis ojos. No lo puedo consolar.
Dedico este cuento con cariño y respeto
a la joven Ariadna Fernanda López y a su familia.
Gracias Ricardo y Mariana por no abandonarla.
Ciudad de México 25 de noviembre de 2022.
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