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  • Foto del escritorMónica Cavazos

En respuesta a la olmoenseñanza secuela de aquella ilustre columna precursora del #TeamBisontas

Mónica Cavazos



«La argumentación que presenta es tan básica, tan ridícula que me enfada». «Todo un auténtico misógino». «Un ñoño enojado». «Sí, que no nos va a venir a dictar sobre qué escribir, opinar, votar y difundir». «Cuánto miedo debe tener de que nadie lea lo que escribe, cuánto, para que le asuste la escritura de las mujeres». «¿Quién es olmos?»


Son algunos de los sentipensares de mujeres escritoras a propósito de una columna que publicó el diario español El Confidencial el pasado 30 de octubre. En ella, alguien con autoridad autoproclamada, expresa su malestar porque la editorial Tusquets ha otorgado su premio nacional a escritoras en seis ediciones consecutivas. El firmante no encuentra, en la literatura contemporánea escrita por mujeres, temas que sean de su interés. A la buena usanza patriarcal —seguro repudia esta palabra— extrapola al infinito su opinión como verdad absoluta.


En sus palabras, «lo que tienen que escribir se reduce a esto: es durísimo ser mujer y los hombres son muy malos». Parafraseo a otra escritora que compartió su respuesta a tan reducida afirmación: «Ningún mortal, por erudito que sea, puede encajonar la literatura de mujeres u hombres, en una sola temática». Además, señor, para su conocimiento, en un sinfín de ocasiones es durísimo ser mujer, en otras, es una fortuna tener la empatía y sensibilidad para comprenderlo.


Desconcierta que los pocos textos escritos por mujeres que han recibido premios, (debe ser un número muy menor comparado con los que se escriben en el orbe), no sean suficientes para que olmos sea capaz de introyectar algo de lo que se cuenta en esas historias. Yo no me canso de leer a mis congéneres cuando escriben de limitaciones durante la infancia por el hecho de ser mujer, de lo frustrante que es no poder jugar los mismos juegos que los niños porque es necesario aprender/ayudar a las madres y las abuelas en la estufa, el fregadero y con la tina de ropa. De lo difícil que es para muchas la experiencia de la menarca que se tiene a muy temprana edad, debido a que la naturaleza, igual que olmos, aún no es capaz de ponerse a ritmo con los nuevos tiempos. Hoy, ya no es necesario ser fértil durante un largo período de vida para tener muches hijes, el planeta está sobrepoblado.


No me desvío, hay otros temas. Las mujeres escribimos de cuánto nos marcan la vida los abusos, en ocasiones durante años, de primos, tíos, padres, abuelos, novios, maridos, jefes, colegas; de los tocamientos en el autobús camino a la escuela, de las insinuaciones de profesores, de las violaciones en el transporte público, campus universitarios, parroquias, hospitales, hospicios, oficinas, hogares; de los feminicidios.


No, no me canso de leer estas historias. Me agota escuchar las noticias a diario. Me duele saber que encontraron el cuerpo sin vida de una joven en la carretera. Que otra cayó de un taxi en movimiento por el terror que experimentó al pensar que podría ser secuestrada. Que el novio, el padre y la madre de éste asesinaron a una chica tras años de mantenerla secuestrada, drogada y explotada sexualmente. ¿Cuántas veces sería suficiente contar sus historias? ¿Cuántos libros es correcto publicar para no ser repetitiva y cansina?


Otra olmocrítica es que las historias escritas por mujeres son predecibles. Para mí es claro que su animadversión no le ha permitido llegar a la gran cantidad de textos que no lo son en absoluto. Podría recomendarle una treintena de títulos para que supere este fin de año y conozca historias potentes surgidas de plumas femeninas que tanto critica. Prefiero emplear la hoja para decir que las condiciones en las que viven un gran número de mujeres, debido a la estructura patriarcal que sigue condicionando nuestras vidas, es tierra fértil para que existan embarazos no deseados, precarización, exclusión social, mutilaciones físicas. Consecuencias que, sí, señor, son predecibles.


Plumas masculinas han escrito por siglos lo que han querido; narraron un sinfín de veces sus travesías por el mundo; gestas heroicas en confines inhóspitos; luchas internas y descarnadas por no sucumbir a las pasiones de las que son esclavos, construyendo personajes femeninos muy al estilo —aquí sí— del repetitivo y cansino modelo heteropatriarcal: esposa—madre cuasi pura, entregada, sacrificada, dócil y sumisa; fémina experta en las artes amatorias, seductora y perversa; mujer espectro, etérea, inasequible, marmórea y cadavérica. Reiteraciones que según la olmopublicación sí contribuyeron a la literatura universal y su muy afamado canon.


El olmo hombre, vigorosamente enraizado en la plataforma del multisocorrido mansplaining, surge como purificador de las conciencias femeninas dedicadas a la literatura. No es que le afecte, importe, ni le haga mella que las escritoras sean mayoritariamente ganadoras de los premios literarios. Sin lloriqueos, según él, tras extender en pantócrato la mano, nos señala el camino: «escriban de un explorador, un abogado, un padre de familia, un escritor (si se apellida olmos cuanto mejor) o de un juez y sus cosas de juez». En atención a su propuesta, respondo con la ayuda de Virginia Woolf: «Durante todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural». Señor olmos, escribir a propósito de estos interesantes oficios masculinos, en beneficio de sus muy necesitados espejos, a muchas no nos apetece.


En mi opinión son bienvenidas todas las formas de escritura y aplaudo que las mujeres expresen lo que les venga en gana. Con ayuda de Virginia nos conmino a no cejar. «Lo que importa es que escribáis lo que deseáis escribir; y nadie puede decir si importará mucho tiempo o unas horas. Pero sacrificar un solo pelo de la cabeza de vuestra visión, un solo matiz de su color en deferencia a un director de escuela con una copa de plata en la mano o algún profesor que esconde en la manga una cinta de medir, es la más baja de las traiciones» …


Los hombres no son muy malos, algunos sí, lo malo es generalizar. Otros solo tienen un ego demasiado grande que ocupa el cien por ciento de su mente y no les permite entender que lo que más deseamos las escritoras y, todas las mujeres, es que un día se agoten esos temas en la literatura. Imploramos que cuando las nuevas generaciones, las bebés que están naciendo en este 2023, tomen el lápiz, se sienten frente a la computadora o escriban en las notas de su celular, no les hiervan las ganas en el pecho de decir con palabras lo que han sufrido en el cuerpo. Cuando ese momento llegue y, si así lo deseamos, las mujeres tendremos libertad en la piel y los recuerdos para contar otras historias. No sé si construyan protagonistas que se quitarán la vida o se embarcarán en un buque de guerra a consecuencia de un amor incomprendido, temas que quizás para los señores olmos del futuro puedan ser de interés; lo que sí sé es que escribirán de lo que les importe, atañe, sufran o gocen. Serán escritoras que narren su presente, tal y como nosotras narramos el nuestro.


Mientras tanto, señor “aliado”, con su aleccionadora columna ha conseguido que por esta ocasión las mujeres lo leamos. Enhorabuena.


Texto escrito en colaboración no autorizada de Delia Beatriz González, María del Carmen Moreno, Fernanda Meraz, Carmen Castro, Cristina Ruiz, Gabriela Ibarra, compañeras de la colectiva Mujeres hablando; Virginia Woolf y olmos. Me hago cargo.





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